Se acercaba el gran día. En su interior sentía una emoción tranquila, una presencia que crecía a medida que se acercaba el momento. No tenía dudas, no tenía incertidumbre. Tan solo respiraba. Pasaron muchos años y también muchas adversidades para llegar a este momento y este estado. No le resultó fácil, pero siempre tuvo a la vida de aliada. Por muy difíciles que fueran las experiencias, siempre acababa fortalecido.
Eso le hizo enamorarse poco a poco. Un amor que no dependía de una química de efecto momentáneo. Ir más allá del efecto luna de miel y sentirse pleno, consciente de cada momento, despierto y a la vez sereno.
No era un amor exclusivo, se sentía parte de todo y que todo estaba en él. Miraba la vida como un escenario donde había vivido muchas historias, con diversos personajes que ahora ve de otra forma, porque entiende que cada quien está en su papel. A veces formando parte de un teatro, otras de un circo, otras de una película del género que tocara en cada momento.
Cuando pudo volver la vista hacia sí mismo, vio cada obra representada en su propio cuerpo, siendo parte del escenario, que trascendía fronteras. Comprendió que todos los conflictos que veía representados estaban en su interior. A veces, quizá demasiadas veces, adoptó a algunos de los personajes para entretenerse, otras porque les daba pena que sufrieran.
Al madurar supo que no podía privarles de su experiencia y debía dejarles vivir la suya. Un día se dio cuenta de que algunos y algunas, que parecían que no se daban cuenta de nada, le hacía algún comentario que le demostraba lo contrario. Así supo que todos estamos en un juego de roles.
A partir de ese momento se cuestionó su propio rol y comenzó a tenerse en cuenta. Así la vida tomó otro color. Hay gente a la que le gusta entretenerse con la película y disfruta de ella, y él creía que, como él, trataban de comprenderse y conocerse. Esto fue un aprendizaje muy importante, porque así pudo ir soltando personajes y dejándolos con su diversión, porque cada quien debe vivir acorde a su propio rol y nadie sabe en el fondo cuál es. Es la vida la que utiliza los infinitos recursos que tiene a su disposición para llevar a cabo su plan.
Fue la forma en que empezó a cambiar algo en su interior, algo desconocido hasta ese momento. Empezó a tener otros gustos, a interesarse por otras cosas, a tener curiosidad por temas diferentes que hasta ese momento nunca imaginó. Eso le ayudó a seguir ese camino interior y al mirarse en su propio mundo, conoció mejor el mundo en el que habitaba, porque “todo está aquí dentro”, solía decir.
Su realidad se reajustaba fruto de la nueva visión sobre la vida. Quiso trascender muchos estereotipos y arquetipos, unas veces con más éxito, otras con menos, pero siempre aprendiendo por sí mismo. Entendió que todo está en movimiento y que cuando uno no se mueve, la vida lo hace por ti. Sería como decir que o nos movemos, o el escenario cambia y de repente nos vemos en otra realidad. Cuando algo tiene que cambiar, lo hace.
Poco a poco, se fundió con todo al darse cuenta de que era un reflejo de lo que observaba y que lo que había a su alrededor, era una creación suya creada en algún momento de su existencia, aunque no siempre hubiera querido que así fuera.
Las adversidades le hicieron más fuerte y amarse a sí mismo. Como lo externo forma parte de nosotros, el cosmos mismo representado en nuestro cuerpo, el enamoramiento era inevitable.
Por fin llegó el gran día. En un atardecer con el hermano el Sol y la magia de la estrella polar que comenzaba a relucir, con los árboles y el mejor escenario que podía tener, la naturaleza y sus seres, giró en círculo sobre sí mismo agradeciendo la presencia y el permiso que le concedieron para estar en ese momento junto a sus hermanos con los brazos abiertos.
Hizo una reverencia y dijo ante todos los testigos:
Prometo amarme y respetarme en la salud, la adversidad, la enfermedad y la prosperidad. Me abro a la abundancia, la consciencia y la salud eterna. Prometo respetar a los demás seres como me respeto a mí mismo. Saludo al mar, la tierra, el aire, los ríos, los lagos, al fuego, al Sol y las estrellas.
Se inclinó ante el Sol y se sentó en la tierra hasta que la gran esfera naranja desapareció lentamente en el horizonte.
Tarareó una canción improvisada con sus ojos cerrados y calló por unos minutos. El aire pareció que revoloteaba a su alrededor, como abrazándolo. Sintió un abrazo que le hizo emocionarse de los seres del bosque, que a partir de ese momento serían sus aliados. Sobre todo, sintió la incocencia sobrecojedora que lo inundaba.
Nunca había sentido algo igual. Fue una boda que, ni en sus mejores días, imaginó tener.
Su mayor aprendizaje había sido que el camino nadie lo puede hacer por uno, igual que nadie puede respirar por nosotros. No es que haya que aislarse del mundo, pero sí hay veces en que la única manera de reencontrarse es estando en silencio y acompañado de la soledad. Soledad es esa mujer sabia que te muestra el espejo para vernos reflejados en él, para que tengamos el coraje de seguir adelante y enfrentarnos a lo que se precise, para no ser parte de un reparto de cartas por parte de cualquier crupier.
En este mundo de ilusión la única forma de traspasarlas es teniendo un objetivo mayor, aunque parezca inalcanzable. Siempre escuchó que el final del camino era el reencuentro consigo mismo y lo había intelectualizado. Sin embargo, en cada tropiezo, eso perdía su significado, al volver a señalar al exterior.
Porque todo es un entrenamiento para acostumbrarnos a vernos, sentirnos, escucharnos, para comprender que como es adentro es afuera y viceversa. Y como es arriba, es abajo.
Precioso, gracias por narrar tan bello texto. Celebraciones así son las que nos hacen que reconozcamos nuestra divinidad y lo que somos. Me encantaría celebrar una boda así. 💗
¡Gracias! Está al alcance de cualquiera. Sólo tienes que proponértelo.