Estaba en casa con su familia y llevaba tiempo rondando en su mente vivir una nueva experiencia. Se hablaba mucho de que había una especie de viaje virtual inmersivo que estaba de moda y que a muchos les estaba enganchando. Comprabas el viaje con las condiciones que quisieras para vivir esa experiencia, elegías a tus acompañantes, a tus rivales en el juego y el nivel en el que querías empezar, o sea, con qué medios querías contar para desenvolverte en él y vivir esa experiencia.
También a qué nivel querías llegar y qué querías aprender, recordar y/o corregir. Lo llamaban el juego del amor. El título confundía a muchos. Eso sí, era muy atractivo, despertaba la curiosidad para ver qué tal podría resultar.
En el juego podías cambiar de personaje, viajar en el tiempo, tanto al pasado como al futuro, aunque a algunos les decían que eso no era realmente así, pero no podían decir más.
Había una regla: los que ya habían jugado no podían contar tácitamente cómo era el juego. Podían dejar pistas, adivinanzas, hablar en parábolas o lo que fuera, pero no contar exactamente cómo era porque el juego perdía su esencia, su finalidad.
Era muchas cosas a la vez, y los personajes estaban diseñados para cumplir con las exigencias del guión que cambiaba según fuera evolucionando el propio juego, aunque la finalidad era la misma.
En cada momento y circunstancia se vivían las experiencias con una intensidad tal que el realismo era increíble. Se elegía un avatar y en el propio juego se iban dando pistas, que era una forma de ir probando nuevas posibilidades en el guión para crear nuevos escenarios y ver cómo reaccionaban los demás participantes.
Había participantes de todos los tipos posibles, incluso cuando el propio juego mostraba una carencia se modificaba los roles de los personajes que fuera necesario para reajustar el juego a un nuevo nivel o para probar nuevas posibilidades. La mayoría de las veces los participantes no se daban cuenta de eso y facilitaba la experiencia porque la hacía más real.
El juego del amor implicaba todas las energías, porque eso es lo que amalgama el juego, lo cohesiona. Aquí es donde empiezan a aparecer diferentes interpretaciones de qué es el amor y cómo se puede interpretar, hasta dónde la interpretación de una situación puede poner de manifiesto nuevas formas de ver una misma realidad.
Dentro el propio juego habían programadores que servían de enlace a otros que estaban en la sala de control. A esos programadores algunos les llamaban carceleros, porque eran los encargados de que los demás no se dieran cuenta del juego, era el rol que un día eligieron. A veces había algún error y alguien se daba cuenta de todo, pero la misma regla que había afuera la hay dentro, no se puede decir cómo salir explícitamente, sobre todo porque no sirve de nada, ya que se trata de que se active interiormente cada uno y para eso es necesario que realmente se dé cuenta.
Esos carceleros o programadores son elegidos entre aquellos que tienen más complicado conectar con el amor, ya que el paquete que adquirieron para alejarse de él les llevó a creerse el juego hasta tal punto que lo hicieron suyo. Tenían más libertad de acción que los demás, lo que les otorgaba, según su creencia, ciertos privilegios, pero eso mismo les hacía pertenecer más al juego. Les hacía estar más comprometidos con él, lo que implicaba tener más complicado la salida. Por eso, no dudaban en aplicar cualquier recurso que tuvieran a su alcance en momentos críticos, cuando alguien estaba a punto de saltar de nivel. Pero no podían, en cambio, pasar ciertos límites.
Lo que ocurre es que ellos tienen el programa miedo más activado, al contrario de lo que se podía pensar. Visto desde afuera, parece contradictorio, pero por eso mismo eran elegidos, porque tenían en su fuero interno un miedo muy profundo e intenso que era el que les iba a impedir salirse de su rol de carcelero o programador.
Todo está perfectamente entrelazado. Tanto unos como otros, están en el juego del amor, aunque muchas veces quienes disfrutan de ciertos “privilegios” lo olviden. Para ellos el ejemplo son aquellos personajes a los que controlan y tratan de someter.
De ahí que quienes tienen el rol de haber olvidado quiénes son para ir recuperando su verdadera identidad, deshaciéndose de máscaras con las que decidieron, antes de vernir a jugar y durante el juego, participar en este gran teatro son verdaderos maestros para ellos si son capaces de tener el coraje de mirar en su interior.
El miedo a perder sus privilegios muchas veces les convierten en esclavos del juego, y ha pasado muy frecuentemente que los carceleros no han podido superar el apego que crearon con su profesión y a la hora de jubilarse, no poder afrontar su libertad. Libertad que el preso ansía por encima de cualquier cosa y es capaz de disfrutarla incluso estando preso. Ahí está el gran secreto. Disfrutar de sí mismos, por mucha angustia, adversidades o limitaciones que pudieran estar sufriendo, o más bien diría, transitando, porque el sufrimiento es una elección.
Ésta si es una verdadera elección. Cuando el carcelero somete al preso a un castigo para que haga lo que quiere, no es una elección del preso, es supervivencia. Si a un ser, de la especie que sea, le sometes a una presión fuerte y constante, no tendrá más remedio que ceder, pero en su libertad interna, como se cuenta en la novela de El Conde de Montecristo, nunca se somete.
Pero al contrario de lo que ocurre en esta novela, no hay que vengarse, porque la venganza puede parecer dulce, de hecho lo es, para quienes están imbuidos por el personaje. Cuando eres libre, no es una opción, porque en la libertad se descubre el amor, el amor por sí mismo y la consecuencia de esto es el perdón. Perdonarse y seguir adelante, porque es la única forma de liberarse de las cadenas que aunque parecen físicas son mentales, porque este juego parece muy real por la sensación de dolor que se percibe tanto física como emocionalmente.
Al perdonarnos nos liberamos, soltamos poco a poco a quienes no son capaces de liberarse y se agarran a nosotros para compensar quién sabe qué. Pero nada es real. El inconveniente para quienes están en el rol de carceleros-programadores es que recuerdan, y lo ven con la puesta en escena del juego, que revertir el proceso es doloroso. De ahí la necesidad de coraje y valentía, pero como tienen una herida muy profunda que son incapaces de afrontar y es por lo que han elegido el rol más fácil o divertido, se ven presos de sí mismos.
En la película El Show de Truman, queda reflejado cómo el director de la puesta en escena, no del juego, da orientaciones a los demás del equipo para que creen escenarios o induzcan a los personajes para que actúen y traten de influir en Truman. La que llegó a ser su esposa y su amigo más íntimo, eran en realidad quienes estaban con el pinganillo en la oreja recibiendo indicaciones de la sala de control.
En una escena Truman comenzó a atar cabos y se dio cuenta de que su mujer, por una expresión que tuvo, al presionarla rápidamente pidió ayuda a los de la sala de control para que la sacaran de escena y la protegieran. Ese es el ejemplo del miedo profundo que tienen los mensajeros y a los que se utilizan para ese rol porque los hace dependientes. No tienen salida, a no ser que quieran liberarse por ellos mismos o acabe el juego.
Además, trataban de controlar a Truman por el miedo que tenía al mar, las emociones, por un trauma en su infancia tras pérdida de su padre. Aprovechan ese trauma para controlarle pero es ahí donde está la clave, en el miedo más profundo. Ahí está la salida o la esclavitud.
Dentro del juego se van dejando muchas pistas, porque el amor es unión, la unión hace la fuerza y entre todos trataban en la medida de las posibilidades que daba el juego de colaborar para que pudieran darse cuenta y conectar con el amor que es el que libera aunque tengamos ataduras, porque el miedo esclaviza, aunque quiera ponerse el disfraz de cualquier otra cosa.
Como los programadores-carceleros utilizan muchos disfraces para representar otros tantos personajes, son capaces de parecer bonitos, buenos, amables, correctos… Y en el fondo lo son, porque en esencia todos lo somos. Sin embargo, cuando tenemos el hábito de utilizar los disfraces y lo integramos por la emoción de sentirnos bien que le imprimen para parecer real, lo que hacemos es anclarlo y atarnos a la ficción. Por eso luego cuesta tanto deshacerse de los disfraces y vestirse de honestidad. Esa es la experiencia que vivimos para descubrir que somos solo amor. Esa es la verdadera renuncia. Esa es la verdadera iniciación.
Además de El Show de Truman películas como Desafío Total, Matrix, Cadena Perpetua, o Soldado Universal fueron un ejemplo de eso. Dejaban pistas claras para quienes habían desarrollado una cierta curiosidad o sospechaban que estaban viviendo algo en sus vidas que no era totalmente real, que parecía una realidad inventada. Pero ¿por quién lo hacía?
La mente es con la que creamos los personajes, nos sumergimos en el juego y lo convertimos en real, pero cuando dejamos la mente a un lado, el juego cambia. Los carceleros-programadores pasan a ser puros personajes que inventamos para tener esta experiencia inmersiva y darle realismo, cuando elegimos conectar con el amor.
Amarse es reconocerse, priorizarse, ver a los demás en ti, sentir que formamos parte de algo mayor, saber que no somos ni mejores ni peores que nadie, sentir ese impulso que nos permite superar los obstáculos que son pistas para la transformación, y seguir adelante con más fuerza. Conectar con la herida del niño que grita para liberarse, ser valientes para afrontar los retos y valorarse a sí mismo. Empezamos a ser magos para convertirnos en alquimistas y quemar en la hoguera nuestros viejos ropajes, para andar ligeros por la vida.
Muchas veces pusimos el foco en otros, creyendo que eso era el amor, y no está mal, cualquier forma es correcta si nos lleva a nosotros. Pero debemos descubrir que somos observadores, no parte del juego. Creamos este juego en su momento para colaborar con una mente mayor que quiere descubrir los límites de una realidad. Luego, recoge todos los datos cuando ya no da para más y crea un juego nuevo. Un viaje que dura mucho menos de lo que parece, porque el tiempo tampoco es lo que parece.
Es complicado ver el juego porque las emociones nos nubla y salvo que ese juego ya te canse, te oprima o suceda algún revés en tu vida no te hace indagar en ti y en tu realidad. Es un camino arduo pero si vislumbras a lo lejos algo de luz ya comienzas tu juego.
Sí, pero tenemos que jugar como vayamos sabiendo y pudiendo. A veces, teniendo que ser creativos para probarnos a nosotros mismos y transitar caminos diferentes a los que otros hayan realizado, con la mirada observadora puesta en nuestro interior y la mirada abierta en lo externo. Aprender a tener una mirada de 360 grados.