En el Japón antiguo, el Samurai era un guerrero diestro con la espada, la katana, a la que cuidaba para que luciera brillante y afilada, y que no abandonaba nunca, ya fuera en tiempos de paz como de guerra, capaz de cortar siete cuerpos apilados uno encima de otro. Su entrenamiento no era sólo con el manejo del arma, debía entrenar su mente, para gestionar cada situación que se le presentara, desarrollando al extremo los sentidos, incluso para adelantarse al movimiento del enemigo, pues unas décimas de segundo eran vitales para salvar su integridad.
En la actualidad no existen tal y como la historia nos los ha descrito. El de hoy es un luchador diestro en la vida diaria, que afronta las situaciones que se le van presentando cada día. Utiliza su arma sólo cuando es indispensable y cuidando de no hacer daño con su afilada hoja a quien no corresponda, aunque no duda en dar un corte limpio cuando es preciso para cerrar situaciones que no tienen sentido. Sabe que siempre cuenta con ayuda, pero en los momentos decisivos sólo tiene su arma y su mente.
Ésta debe estar limpia de prejuicios que le haga perder esas décimas de segundo imprescindibles para no caer derrotado, sin importarle los comentarios que las personas que están en otra realidad diferente a la suya puedan realizar y le impidan que su mirada periférica lea la situación que tenga delante cada momento para poder tomar las decisiones correctas. Su mejor aliado es la concentración y estar centrado en sí mismo, escuchar esa voz interior que con la práctica necesaria ejecuta la mejor estrategia, para lo que día a día escucha el sonido del silencio, cómplice inseparable que le susurra al oído los misterios de la vida.
Y por encima de todo, valiente. Nunca deja en manos de otros la misión que tiene encomendada para sí, y nunca trabaja para otros, cuando tiene que hacerlo en sí mismo. Ésta es la verdadera valentía. Y para eso se necesita una buena dosis de coraje.
Por otra parte, si lo transportamos a los tiempos actuales, debemos ser honorables, o sea, tener esa cualidad que es la honestidad con nosotros mismos y con los demás, no hacer a los demás lo que no nos gustaría que hicieran a nosotros, al tiempo que ser lo suficientemente resilientes para adaptarnos a las situaciones, a los fracasos, a las frustraciones, a aquello que en otros tiempos era fallar en la misión y que ahora debemos retomar reciclándonos, no ser indulgentes con nosotros mismos, ser constantes y disciplinados, pero a la vez comprensivos.
Estamos en tiempos muy cambiantes, lo que ayer valía hoy no y lo que hoy nos sirve, mañana ya quedó obsoleto. De ahí que debamos tener compasión con nosotros mismos y perdonarnos, por lo que hicimos, por lo que dejamos de hacer, por lo que no dijimos… porque si no somos capaces de hacerlo con nosotros tampoco lo podremos hacer con los demás.
Honorables, perseguir la acción correcta, pero sin esperar la gloria y el reconocimiento de los demás, porque la verdadera paz llega cuando el contrato con nosotros mismos lo cumplimos. Acción correcta, pensamiento correcto, en tiempos convulsos en los que estamos a prueba constantemente, donde veremos cómo aquellos que son grandes hoy mañana posiblemente ni existan y donde los pequeños de hoy serán los gigantes de mañana. Encontrar el camino correcto es la misión más importante que tenemos como Samurais del siglo XXI, mantenernos en una ética que sobrepase la moral, aunque a veces debamos transgredir ciertos parámetros y acuerdos sociales.
En la paz interior se encuentra los secretos de quiénes somos, a qué venimos y a dónde nos dirigimos. No necesitamos hacernos el harakiri continuamente, pero sí hacerlo a los personajes que nos han ido acompañando y ahora debemos trascender para encontrar y hacer aflorar nuestra verdadera naturaleza.