Las redes sociales han invadido nuestras vidas y han supuesto un cambio radical en la sociedad. Por una parte permite que estemos más interconectados, más cerca unos de otros y así compartir información entre todos, por otra parte nos ata con unos hilos invisibles que si no gestionamos bien esa situación puede esclavizarnos, hasta tal punto que podríamos estar totalmente absorbidos por ellas, olvidando nuestra vida real, el placer de una buena conversación y el contacto con la gente.
En muchas ocasiones ves a un grupo de gente sentado en una misma mesa, ya sea en una reunión familiar, o de amigos, cada uno con su móvil en la mano cada uno a lo suyo, conversando con no se sabe quién, y sin embargo no prestando atención a los que has decidido tener como compañeros en ese momento. Incluso, llegan a intercambiar mensajes unos con otros a través de alguna red social, en lugar de hablar directamente con el otro. Una actitud que si alguien nos hubiera contado en una película hace unos años nos hubiéramos llevado las manos a la cabeza por lo absurdo de la situación o nos hubiéramos partido de risa, dependiendo cómo nos la hubiera contado.
Otro detalle suele ocurrir con los “me gusta” de algunas redes sociales, algo que ha proliferado por todas ellas, para así ganar puntos y posicionarse mejor en los buscadores. Una situación que fuera del mundo virtual supondría agradecer por algo que nos ofrecen, pero que llega a distorsionarse como un vehículo de crecer y ceder ante nuestra verdad más profunda con tal de conseguir el “agradecimiento” y “reconocimiento”, llegando a dar un me gusta a una publicación, y que el otro que la ha publicado, ponga un me gusta al me gusta. Dicho de otra manera, en un contexto normal, a ti te gusta lo que digo y a mi me gusta que te guste lo que dije. Entonces, a ti te debería gustar que te haya gustado que me haya gustado que te haya gustado lo publicado, etc. etc. etc. La madeja puede enredarse en el absurdo tanto como se quiera.
Vemos cómo los algoritmos cambian cada vez y quienes viven de las redes sociales o tratan de comunicarse a través de ellas y hacer llegar su mensaje, deben replantearse su forma de márketing para llegar a cuantos más mejor, puesto que si alguien cree en lo que hace, es lógico que trate de llegar a la gente.
Sin embargo, corremos el peligro de caer en un estrés por llegar a otros, por vender un producto, por comunicar, porque la vida parece que nos va en ello. Esto resta calidad de vida, aunque reconozco el reto de trazar lazos de unión, vínculos, para crear una red de comunicación que se mantenga unida por resonancia. Pero ¿cuánto hay de verdadera resonancia y cuánto de dependencia?
Es una reflexión que todos deberíamos abordar, porque sabemos que la tecnología avanza y ha venido para quedarse, pero nos perdemos el contacto humano, la autenticidad de la comunión entre las personas cuando tratamos por cualquier medio sumar más seguidores. Siempre he creído que mejor la calidad que la cantidad, y siento que cada vez es más importante.
Gracias a la tecnología podemos llegar a personas que de otra forma sería imposible, no lo pongo en duda. No hay fronteras, y eso es genial, pero también creo que es importante mantener unos valores, porque todo no vale, y es parte del discernimiento que todos debemos ejercitar. ¿Cómo nos sentimos? ¿Qué me aporta de verdad el contenido al que accedo?
Digo esto porque es un reflejo de cómo están cambiando nuestra forma de relacionarnos, cómo nos olvidamos de vivir el momento y utilizar la tecnología para que esté a nuestro servicio, y no al revés. Nos van haciendo esclavos y adoctrinándonos en una nueva forma de comunicación llena de mensajes subliminales para que no estemos centrados en lo importante: hablar con las personas mirándole a los ojos, o escuchando su voz, si no podemos tenerla cerca.
Lo mismo ocurre con la inmediatez de las noticias. Hasta los medios de comunicación han perdido esa batalla, pues se dan prisa en ser los primeros en contar una historia y no se paran a verificar y ahondar en ella, fomentando con esta actitud que hagamos juicios sobre los demás, sin que dejemos posar los sedimentos en el fondo, precisamente para ver el fondo de las cosas, y no quedarnos en la superficie. Ver claramente la esencia de las cosas y detenernos en el análisis y la reflexión.
Cada vez es mayor la inmediatez y el acceso a una gran masa de personas a las que se puede utilizar para desviar la atención de lo importante, mantenerlos pegados a una pantalla y de alguna forma secuestrarlos.
Debemos ser responsables porque todo eso que recibimos lo emitimos nuevamente con nuestras emociones y nuestros pensamientos multiplicado y eso vuelve nuevamente por efecto rebote a nosotros.
Todo para no estar en el momento presente, y conectados realmente con los demás. No por medio de la tecnología, que en realidad nos separa del otro, sino conectando con su esencia. Corremos el riesgo que perder el foco de nuestra atención y volcarla hacia afuera, hasta que nos olvidemos de nosotros.