Cada vez que omitimos una acción, no cuando la sensatez o la prudencia lo aconseja, sino cuando sabemos que debemos hacer algo y no lo hacemos, nos escondemos. En lugar de mostrarnos al mundo en la forma que sea y compartir lo mucho que tenemos para dar, nos detenemos y nos hacemos invisibles. No se trata de hacerlo a cualquier precio, sino de utilizarlo para un fin último, desde el respeto a nosotros mismos y a los demás.
Hay muchos ejemplos de que gracias a mostrarse de la forma que fuera, luego pudieron tomar consciencia de que debían hacerlo de otra manera, como por ejemplo las personas que lucen de forma muy llamativa, hasta lo que llaman extravagante. Es su forma de romper la limitación de uno o varios traumas y deciden hacerse visibles así para superar sus bloqueos o inseguridades.
Otra forma es meterse en la cueva. Hay momentos en que necesitamos alejarnos o tomar distancia de los demás para estar con nosotros, pero llega un momento en que hay que salir y mostrarse al mundo, aunque nos llevemos traspiés o golpes, porque tenemos que aprender a mostrarnos y compartir con los demás.
Es un aprendizaje, como todo en la vida. Ser visibles es compartir la luz de cada uno y cada una, lo que tenemos que ofrecer, con los demás y, como queda dicho anteriormente, aunque tengamos que recurrir a hacerlo por exceso o por defecto, esto depende de la energía y la psique de cada quien. Finalmente, al hacernos conscientes, todo se equilibra y se comparte lo que vinimos a mostrar al mundo.
Ser faros para los demás, cada cual desde su lugar y su experiencia, para seguir jugando a la vida, teniendo en cuenta que, como dijo Gandhi, “no hace falta apagar la luz de otro para que la tuya brille”.
Debemos ser visibles con nuestra propia luz, unos más brillantes y otros menos, pero hay que recordar que si en una habitación oscura encendemos una vela, la habitación se iluminará.