Aprovechaba las paradas que el semáforo al ruborizarse obligaba hacer a los conductores para pedir la voluntad a sus ocupantes, siempre con una sonrisa en el rostro y saludando a su paso a todos. Con una muleta en la mano izquierda para apoyar su curvo cuerpo, seguramente por el peso adquirido a través de los años de acontecimientos acaecidos en su vida.
Aunque su rostro siempre mostraba una sonrisa que no se veía forzada, las arrugas de su cara demostraba que su vida hacía mucho tiempo que no era fácil. Portaba un pequeño transistor a pilas que le hacía compañía en su soledad, tal vez elegida, un pañuelo enredado en su cuello, pelo gris largo y barba igualmente gris que le cubría todo el cuello y parte del pecho.
Algún conductor ya se había hecho un colaborador habitual y cuando lo reconocía iba directo a recoger su donativo. Creo que más que por pena lo hacían por mitigar de alguna manera lo que la vida le estaba devolviendo más que nada como una enseñanza, tanto para él como para los que lo veíamos cada día.
A pesar de lo duro que tiene que ser vivir así, su rostro se esforzaba en mostrar su Yo más profundo y él en no dejarse vencer por las circunstancias. Para mí se ha convertido en una demostración de lo que es la alegría. Es una expresión del alma y en su caso más que una resistencia, supone una aceptación de sus circunstancias a la vez que una lección para los demás de que pase lo que pase, si estás alineado con tu alma, todo se hace más soportable. Él me demostró que ese es el camino.
Su rostro no siempre reflejará alegría, pero cada vez que ofrece su vaso para que quien quiera deposite en el unas monedas, no le transmite la sensación de tener que hacerlo, sino de hacerlo de buena voluntad. No le traspasa su situación personal a los demás, la reconoce como suya propia y muestra su mejor cara. En caso de que decida no darle nada, le da las gracias igualmente con una sonrisa que cuando la ves te hace sentir bien. Es una forma también de repartir su alegría a los demás y de demostrarles que la vida sigue.
Seguro que cuando alguien de los que lo ven cada día, tenga algún problema o alguna situación difícil recordar su rostro le recordará que todos los tenemos y que cómo nos lo tomemos es una decisión personal. Él pone su mejor cara, ¿por qué yo no? -se podría preguntar.
Sin proponérselo es un verdadero maestro. El maestro no siempre ha superado todas las dificultades, simplemente ha aprendido las cualidades de la maestría para ponerlas en práctica y a través de su propia realidad, ejercer su maestría, para sí y para los demás.
Tomar las dificultades con alegría, incluso con el sano humor de reírse de sí mismo, es algo muy sano que eleva tu energía para continuar adelante. Seguro que todos y todas conocemos ejemplos de esto. Este es uno. No es fácil hacerlo, pero cuando tiramos mano de este recurso nos sentimos en contacto con nuestra esencia unos instantes. Lo ideal es prolongar este estado, pero el camino se hace andando, como ya se ha dicho en otras ocasiones.
De esta manera abrimos la puerta a que llegue a nosotros y nosotras la sabiduría, lo bueno, las personas que están en sintonía con una buena vibración, la paz interior, la creatividad, la unión, la armonía, la vitalidad…
Cuando en el fondo tenemos una alegría interna que por muchas situaciones que se presenten que nos confronten, el verdadero arte es que no nos afecten. Podemos tener un gesto serio, estar influenciados por un entorno que nos impacte a nivel energético, pero cuando en el interior tenemos esa alegría nada ni nadie podrá afectarnos. Es la verdadera maestría.
Cuando vivimos de esta forma, seremos incapaces de reaccionar cuando alguien no cumpla nuestras expectativas. Lograr el equilibrio nos hace vivir en paz, ser tolerantes, ser una inspiración para los demás, conectar con una inocencia que nos impida emitir juicios.
El papel que juegan los humoristas, los buenos humoristas, es impagable. De la misma forma que una buena música puede cambiar nuestro día, una obra de arte nos puede transformar nuestro estado, una sesión de humor nos puede cambiar nuestra energía, ya que según la neurociencia la risa libera endorfinas que producen una sensación de bienestar y de dopamina que está asociada con el placer, el refuerzo del aprendizaje y la memoria de experiencias positivas.
Es curioso cómo teniendo un recurso tan sencillo y disponible en cualquier momento, hemos tenido que recurrir a crear el yoga de la risa para entender su efecto en nuestro organismo y nuestra biología.



