Hay momentos en la vida en que todo parecen obstáculos y que nada funciona. A veces, puede que incluso haya personas de tu entorno que tratan de ayudarte impidiendo que trates de lograr tus objetivos y tus anhelos. Todo forma parte del camino a la Maestría, a conocer las reglas de este juego, la vida, tanto para movernos nosotros por ella, como para conocernos y conocer quiénes son aquellos y aquellas en quienes podemos confiar.
Es una suerte de carnaval en que todos llevamos máscaras, las de los personajes que representamos para conocernos, para aprender, para descubrir quiénes somos realmente. Un juego de interacción e interrelación que finalmente nos hace fuertes, porque tras la aparente debilidad, hay siempre un guerrero o una guerrera, que en paz, continúa adelante con lo que va descubriendo.
Todos formamos parte del juego, todos y todas poseemos esas máscaras, aunque no las querramos reconocer, porque nos escondemos en esos personajes inventando nuevos juegos, jugando a jugar, pero al hacerlo así podemos caer víctimas del juego mayor, aquél que nos da recursos o dones con los que jugar para acabar luego perdidos.
Es algo muy sibilino, sólo el coraje de afrontar el juego en un nivel superior, aunque el trayecto sea más duro, es el que puede dar la posibilidad de lograr el éxito. Las tentaciones son muchas y muy apetecibles. Puede que algunos se pongan el disfraz de otros para aparentar lo que no son, pero eso, más tarde o más temprano, lo único que dará como resultado será no reconocerse.
En el mundo de la ilusión todo es posible. Podemos ver imágenes o creer que somos grandes, enormes o insignificantes, pero todo eso es fruto del holograma que creamos para ver en qué nivel de consciencia estamos, qué compromiso real tenemos para con nosotros y nosotras.
Si no, la historia está llena de ejemplos. Grandes ejércitos, poderosos, han arrasado y devastado, conquistado en nombre de lo que sea, pero al final todo ha quedado en nada, y con el tiempo, vemos que todo era mentira, sólo sirvieron a una parte del juego.
Es la humildad, no la rendición ni el servilismo, la que nos hace progresar a nuestro destino. No se trata de autoflagelarse ni de humillarse, sólo de caminar con convicción a tus objetivos y que nada ni nadie decida por ti, ni tampoco decidir o inducir a nadie, porque quienes tratan de hacerlo, cuando más pletóricos estén disfrutando del juego, tendrán que recorrer el camino que en su momento no quisieron hacer.
Lao Tsé dijo: Aquél que obtiene una victoria sobre otro hombre es fuerte, pero quien obtiene una victoria sobre sí mismo es poderoso.