¿Qué tal? Ayer pensé escribir pero preferí dejarlo para hoy. Fue una de esas veces que sentí que era mejor dejar que la vida se asentara un poco, como el vino cuando lo sirves y dejas que se aclimate.
Las ideas también necesitan madurar, así como las emociones y los sentimientos. Una de las mejores cosas que he aprendido es a callar en ciertos momentos cuando tengo el impulso de contar algo o de responder a alguien.
Esta actitud me ha ayudado muchas veces a no crear situaciones incómodas, problemas o malos entendidos. Son esos momentos de lucidez en que te muerdes los labios, contienes la respiración y dejas pasar los segundos para luego pensar: menos mal que supe callarme a tiempo.
Me ha ocurrido que alguien me estaba contando algo y yo repetidamente le interrumpía para hacer un comentario sobre lo que estaba yo interpretando y que, pasado el tiempo tras contenerme, comprendí que hubiera sido un gran error, porque mi mente y mis emociones me estaban confundiendo.
Hoy al recordar esto, comprendí que ayer no era el mejor momento para escribirte y me alegro por ello. También por seguir contando contigo.
Gracias.