Hace dos días un desconocido se dirigió a mí para pedirme dinero. Su aspecto era de una persona humilde pero estaba aseado y sus modales eran delicados. Le miré a los ojos, saqué una moneda y se la dí. Le desee fortuna y mirándome a los ojos también me dijo que para recibir solo tengo que desearlo de forma ardiente, porque la tibieza sólo nos hace sobrevivir y que la llave para lograrlo es el corazón.
Lo miré en silencio, me dio las gracias y se giró en busca de alguien que pudiera darle otra moneda. Tras unos momentos, continué mi camino. El resto del día no dejé de pensar en él.
Recibí una gran lección de alguien que tiene una gran sabiduría. Alguien que pasa inadvertido entre una multitud de personas anónimas, con una historia, con una vida y con cosas que contar.
Nunca sabemos quién se esconde en un cuerpo, qué papel está representando y qué lecciones guarda para enseñar. Tal vez las grandes lecciones las aprendemos de personas que creemos inferiores por su aspecto, condición o estatus social.
Gracias por permitirme contártelo, por estar ahí.