El miedo a amar es, en realidad, el miedo a sufrir, y por su causa, nos perdemos la oportunidad de vivir el verdadero amor. Tratamos de “saber” todo de antemano, tenerlo todo calculado para no arriesgarnos a equivocarnos, para que todo vaya sobre carriles y que no se salga nada de lo previsible, pero es eso mismo lo que nos aleja de él, porque así es el corazón, no calcula, simplemente nos impulsa con una sensación de estar haciendo lo correcto, de no tener que pensar ¿y si…?
Simplemente amar y ya está. La vida te da muchas oportunidades con su inmensa benevolencia, pero como no hemos descubierto qué es, lo negamos, negamos la vida. Tratamos de ver los entresijos por lo que ocurrió todo, por entender cómo son las reacciones y por qué se producen.
Pero el corazón no entiende de matemáticas y eso es lo que hace verdaderamente grande y único el ser humano. Los animales y las plantas nos lo recuerdan todo el tiempo, pero es la experiencia la que nos demuestra qué es el amor, o más bien, trata de hacerlo. Así, acabamos por cansar al mundo, a la vida, hasta que nos aparta de una patada porque salimos rebotados ante su inmensa fuerza.
La fuerza del amor es la que todo lo puede y es la que nos ayuda a personarnos, a comprendernos y a comprender a los demás que están tratando, también con su forma de entenderlo, de indicarnos el camino correcto, el camino hacia nuestro corazón. Tú, Julieta, creo que lo entendiste, ¿o no?
Amar a todo y a todos bajo cualquier circunstancia, sin aditivos ni colorantes. Ese es el camino a la pureza.