Tuve que cruzar el Atlántico para conectar con la fortuna y aprendí que hay que ganársela, no llega porque sí. Dedicarse al sagrado oficio de trabajarse a sí mismo, renunciar a lo que me aleja de mí, siempre con la mirada puesta en el centro de mi Universo, nadando en el proceloso mar de las emociones, unas veces siendo arrollado por las olas y otras flotando plácidamente, pero siempre abrazado por la sal de la vida y el perfume de la maresía.
Agradezco al mar sus enseñanzas y el alimento con el que me ha nutrido porque con él llegué al puerto que siempre ansié, a mí. Un faro me mostró el camino y, aunque la brújula no siempre marcó el Norte, la playa me atraía como un imán. Gracias mar, gracias faro, que alumbraste mi camino.