Julieta, a veces, sin ser conscientes, somos esclavos de nuestros compromisos y de las creencias de la época, más o menos remota. La sociedad, cada sociedad, en cada época, tiene sus propias creencias fruto de lo que actualmente llamamos el inconsciente colectivo.
Hasta tal punto nos atenaza que cuando tenemos que tomar una decisión, por no hacer daño a la otra persona por lo que creemos que le pueda afectar, preferimos soportar una carga emocional, que la vida se nos ponga cuesta arriba o que nos sintamos con una gran sentido de culpa por pensar como pensamos.
¡Cuántas personas se han quitado la vida por “no ofender” a otras! La sociedad luego les aplaude por el valor que tuvieron de no traicionar sus creencias, que en el fondo no eran suyas, sino de su clan o de su entorno.
Por eso aplaudo a quienes son capaces de transgredir las creencias y hacer lo que su corazón y la vida les muestra, fruto de un mundo interno confuso y convulso, hasta tormentoso.
Lo curioso es que en el fondo, es todo lo contrario. La mayor parte de las veces son las otras personas quienes se mantienen ahí por su enorme corazón y bondad infinita, esperando que demos el paso. ¿Tú viviste algo así? Si hubieras sido capaz de transgredir las normas de la época, esa moralidad ficticia que nubla el corazón, habrías podido tener una vida larga y plena, pero elegiste ser un ejemplo para nosotros para que sintiéramos tu dolor y eligiéramos otro camino.
Yo así lo entiendo. Dejar de pensar lo que creemos que la otra persona necesita, porque con toda probabilidad le estamos cortando su conexión con la vida.