¿Cuántas lecciones di a otros sobre la libertad?
¿Cuántas sobre soltar?
¿Cuántas sobre Ser?
¿Cuántas veces juzgué a la gente que tenía aves en jaulas para no sentirse en soledad, privando la libertad de esos seres?
La vida me hablaba y yo no la entendía. No podía hacerlo porque también era un pájaro en mi jaula. Tantas jaulas que tenía a mi alrededor con otros pajarillos en su interior que visto desde afuera parecía una coraza, reluciente y dorada, pero opaca.
Me hacía mucho bien oír el canto de los otros pajarillos, me hacían sentir acompañado, llenaban mis vacíos y daban sentido a mi existencia. Sentía que gracias a mí su existencia tenía un sentido, ya que cantar era lo más importante. Pero un día, una nota se salió de la tonalidad habitual. Al tratar de llamar su atención algo me detuvo. Al tratar de hablar no pude hacerlo.
Intenté dar un paso y no pude. Estiré mi brazo y algo me impedía hacerlo. Estaba tan acostumbrado a verlo, que no me di cuenta hasta ese momento que estaba encerrado. Me giré en todas direcciones y ocurría lo mismo. Entonces, pude ver que un pequeño hilo de luz entraba por un agujero diminuto.
Con un dedo lo tapé y todo se oscureció. Retiré el dedo y puse mi mano alrededor de él y empujé hacia afuera. Se abrió una puerta. Vi un mundo que no había visto. En un primer momento quise cerrar los ojos, luego los volví a abrir. Adelanté la cabeza, traspasé la puerta y miré a los lados. Luego el resto de mi cuerpo acompañó el movimiento.
Ya en el otro lado, di unos pasos, me giré y vi la jaula. Di unos pasos atrás para tomar más distancia y a medida que me alejaba se veía con más detalle todas las demás. Dentro de ella había otras, y otras, y otras… De ella podía escuchar el canto de otros pájaros. Esto me sobrecogió.
Me dirigí nuevamente a la jaula. Al verme uno de los pajarillos que estaba en el interior de otra empujó la puerta y salió de ella. Era realmente hermoso. Al salir, su canción se volvió más alegre, diferente, suya. Ya no tenía partitura que interpretar, solo tenía que cantar lo que saliera de su pequeño, pero gran corazón.
Salí nuevamente de la jaula y, cuando tomé distancia, los otros pajarillos aprendieron a abrir la suya. Uno a uno salieron y sus cantos también se transformaron.
Algo en mí se liberó al ver su libertad. Me sentí en la nada y comprendí que ahí está todo. Todos esos seres, con su infinito amor, me habían regalado sus cantos para que no me sintiera solo. Unos cantaban canciones tristes, otros desafinaban, otros bellas melodías.
Yo, prisionero de mi orgullo, mi vanidad, mi egoísmo, pretendía enseñar al que desafinaba, cambiar el canto del que estaba trise y no supe valorar a los que cantaban alegres.
Ahora comprendí que era yo quien los tenía prisioneros y ellos me mostraban todos los aspectos de mí mismo porque eran sólo amor. Un amor que ahora agradezco y reconozco, desde el perdón que les pedí por tenerlos tanto tiempo prisioneros.
Uno de ellos se acercó y me dijo al oído:
“No, gracias a ti yo también pude comprender que estaba en la jaula. Que debía cantar mi propia melodía y que para liberarme no debía esperar que alguien viniera a abrir la puerta. El verdadero carcelero, como también sabes ahora, era yo”.
Escuchar eso me liberó aún más. Comprendí que el peor miedo que tenemos es el miedo a ser libres y para ello controlamos a los demás creando la ilusión de poder y de libertad, porque otros son menos libres que nosotros.
La verdadera belleza es permitir que cada quien interprete su propia música, porque sólo así podrán, si así lo elijen, ser parte de nuestra vida. Si tenemos tanto poder para encarcelar a otros, ¿qué no podremos crear siendo puro amor?