El secreto está en dar por hecho que ya lo hiciste todo, que no te queda nada por hacer. Cuando tomamos consciencia de algo, incluso si no lo hicimos, o dicho de otro modo, en lugar de por acción por omisión, es igual de válido. Si lo miras bien, es parte de la experiencia y también del desapego.
La experiencia también se vive como observador si integras lo que aprendiste observando. Muchas veces querer vivir todas las experiencias nos esclaviza, de ahí que el verdadero desapego sea ver y dejar, porque querer o pretender experimentarlo todo de alguna forma nos ata a una realidad en la que siempre queremos más y nos hace ser dependientes. Es como quien compra compulsivamente: lo hace realmente por la experiencia de comprar, pero finalmente es esclavo de sus impulsos, lo que le convierte en una marioneta del vendedor.
Frecuentemente pasa con la comida y con el sexo. Está bien la experiencia, pero no hasta el punto de que nos cree dependencia. Sé que tenemos que comer, pero me refiero a obsesionarnos con la comida, con satisfacer el deseo de comer en lugar de hacerlo para vivir. Se suele decir “comer para vivir, no vivir para comer”.
En las relaciones ocurre lo mismo, nos hacemos dependientes de personas a las que llega un momento en que no podemos renunciar a ellas y creamos un vínculo que nos esclaviza igualmente, nos crea dependencia, hasta tal punto que no sabemos vivir sin ellas. Como con la comida, necesitamos relacionarnos, pero si llegan momentos de estar solos, debemos tener la autoestima suficiente y sentirnos capaces de hacerlo.
A mi modo de ver, ese es el principio de la verdadera libertad. El desapego no es renunciar a todo, sino ser capaces de decir no, ser capaces de vivir por lo que somos, no por lo que tenemos. ¿Qué dices tú, Julieta?