La vida es como una carrera ciclista. Pedaleamos sin parar, cada uno al ritmo que le es más cómodo, unas veces escalando cuestas, otras suaves descensos que nos permiten descansar y recrearnos en el entorno, otras con vertiginosos descensos que nos obligan a ir con precaución y pendientes de las curvas, con la mano puesta en el freno, y otras recorriendo largas llanuras donde con un pedaleo redondo podamos ir dosificando nuestros esfuerzos para hacer nuestro camino.
No siempre el asfalto está en las mejores condiciones. Podemos encontrar baches que esquivaremos si estamos atentos, o tener un pinchazo o una avería más importante si estamos distraídos, que pueden provocarnos una caída. Quizá aparezca otro ciclista que nos eche una mano, nos ofrezca agua, que espere junto a nosotros hasta que nos llegue la ayuda, o simplemente conversar un rato hasta pasar el mal trago y continuar la senda, cada uno a su ritmo.
Es importante saber que siempre hay alguien dispuesto a ayudarnos cuando se lo pidamos, que siempre hay puntos de avituallamiento para reponer fuerzas, cargarnos de buena energía, agua fresca, y lo que necesitemos. Claro que también tenemos donde reposar, descansar también es una forma de recargarnos imprescindible para seguir avanzando. Reflexionar sobre cómo se ha dado el día, ver cómo reaccionamos ante las dificultades del camino, incluso tomar unas notas en nuestro cuaderno de bitácoras, para un día, volver a vivir las experiencias pasadas y ver qué hemos aprendido y cuánto nos falta por experimentar.
Y una cosa que se aprende es llevar encima lo justo. Si añadimos peso, tenemos que arrastrarlo con nosotros y el esfuerzo es mayor, con el incremento del gasto energético que conlleva. Las cuestas se hacen más difíciles de subir, las bajadas vertiginosas, son más peligrosas, porque tenemos que controlar un peso extra que no siempre podremos tener bien sujeto. Esto lo conocen bien quienes hacen el camino de Santiago.
Iniciamos el viaje con la mochila cargada y a medida que avanzamos en el camino y la espalda sobrecargada, de forma natural comenzamos a deshacernos de lo que no es importante, y en cada pueblo, en cada parada, seguimos deshaciéndonos de cosas que al principio eran importantes, y en cambio, al finalizar la andadura, descubrimos que incluso en ese momento, quedan cosas totalmente prescindibles. Y nuestra espalda ahora está más erguida y ligera.
Lo que la hace tan particular es que esta carrera no es contrarreloj ni contra ningún rival. Ni siquiera contra nosotros mismos ni contra la vida. Es un recorrido que nos va mostrando diferentes paisajes, pueblos, ciudades, personas, seres vivos y que está para recorrerla y tener experiencias que nos muestren la forma correcta de pedalear. Con los diferentes caminos aprendemos a intuir que pueden ser los que necesitamos tomar y algún día llegar al destino, donde el premio no es una medalla, sino la propia travesía, el descanso merecido y habernos encontrado a nosotros mismos, que era la razón real de esta carrera ciclista que es la vida.
Afrontar diferentes retos, cambiar de escenarios, conocer nuevas personas, nos ayuda a reconocer aspectos de nosotros que de otra forma nos costaría muchísimo. Precisamente porque cada quien posee su propia información, su propia configuración, nos ayuda a confrontarla con la información de otros.
Por esta razón, cuando menos lo esperamos, algo cambia de repente en nuestra vida y todo lo que era seguridad o tranquilidad, se torna en emociones descontroladas o falta de asertividad, para tener la oportunidad de rectificar lo que nos desestabiliza y ser cada vez más una mejor versión de nosotros mismos.