Los cínicos eran una escuela folosófica griega que defendía que la felicidad se alcanzaba viviendo una vida simple y acorde con la naturaleza. Unos de sus máximos exponentes fue Diógenes a quienes se le atribuyen frases como: “cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro”, o cuando el Gran Alejandro Magno se le acercó cuando estaba a la orilla de un río y le preguntó si podía hacer algo por él y le contestó “apartarte porque me estás tapando el sol”.
Llevó al extremo su tipo de vida simple, renunciando a las pertenencias, y muchas veces iba desnudo. Era su forma de llamar la atención sobre las pequeñas cosas de la vida, quitarle trascendencia a tantas otras a las que nosotros nos agarramos. Los perros nos enseñan el amor incondicional, la resiliencia y vivir en el presente.
Cuando damos el poder a otros que se creen más grandes y mejores, estamos renunciando a ser un aporte para los demás de nuestra propia luz, de nuestros valores y nuestra identidad. Cada cual juega su propio rol y no hay por qué dejarse apagar ni que nadie nos haga sentir inferiores. Nadie tiene más luz ni nos puede desconectar de nuestra propia luz por muy grande que se crea.
Los estoicos, que están nuevamente de moda, tienen como base fundamental no mirar al pasado y no dejarse llevar por él. Muchas veces el pasado, nuestra propia historia y las experiencias que vivimos nos impiden conectar con el presente, con nuestro eje. La clave para ellos es avanzar sin que nos afecte lo que nos ocurra, los contratiempos que puedan surgir, recuperando el equilibrio cuando la ola emocional o las circunstancias logren desestabilizarnos, sin llegar a caer en la cerrazón.
Vemos cómo actualmente estamos recuperando valores que hace miles de años nos habían enseñado. No se trata de ser de una u otra escuela, sino de recuperar lo que nos convenga y hacer nuestro propio manual de instrucciones.
Nos dejaron muchos recursos para que los utilicemos sin hacer mejor la herramienta que a nosotros mismos, solo reconocer que la herramienta es un recurso para integrar un conocimiento y una habilidad.
Es fundamental recuperar lo original, volver al origen, desechando las distorsiones que el tiempo ha provocado por no haber sabido o podido gestionar lo que nos ocurría en cada momento. Como humanidad hemos logrado muchas cosas, sin embargo caemos en los mismos patrones que hace dos mil años ya nos trataron de hacer ver seres que tomaron consciencia de ellos, muchas veces a costa de su propia vida.
¿Cuántas veces nos quieren dar lecciones quienes justamente tienen que aprenderlas? La vida y nuestra frecuencia, atraen personas y situaciones para que confrontemos nuestros patrones de comportamiento y creencias, por eso es fundamental conocer cuál es nuestra frecuencia y cómo somos, porque si no otros se interpondrán en nuestro camino a tratar de guiarnos o facilitarnos la vida.
Vemos una luz dirigida hacia nosotros que llama nuestra atención y nos dirigimos hacia ella, pero realmente no sabemos quién sostiene esa luz, si es propia o es artificial. Recordemos que cualquiera puede sostener una linterna. En nuestro afán por dirigirnos a la luz, que es nuestra tendencia natural, corremos hacia ella, en lugar de tomarla como referencia para alumbrarnos nosotros mismos.
De esta forma podemos caer en la trampa de que alguien sostenga la linterna sin que sus intenciones sean muy claras. Cualquiera puede tener una linterna, pero alumbrar es otra cosa. Está bien que nos ayuden si estamos en la oscuridad para no tropezar en el camino, pero el camino debemos elegirlo nosotros mismos, ya que son muchos los caminos y no todos se ajustan a nuestra propia frecuencia.
Ser humildes no quiere decir sumisos, ser bondadosos no quiere decir que hagamos todo lo que nos digan, ser empáticos no quiere decir que tengamos que asumir las cargas de los demás. Pero lo cierto, es que muchos de los que tienen una linterna para alumbrar la portan porque son incapaces de alumbrar por sí mismos, recurriendo a una luz artificial para con ella tratar de destacar en la multitud. Eso sí sería ser humildes, no tener que recurrir a artificios y hacer el propio trabajo.
Por eso los estoicos y los cínicos eran tan especiales, porque vinieron a dejar un mensaje para las generaciones venideras. Hay que entender que lo que se hace en un momento determinado no es necesariamente para ese momento, sino para ir dejando una huella, un camino para un futuro. Eso es lo que tenemos que hacer. Qué fácil sería entender que sumando se consigue mucho más que contraponiendo. Hemos aprendido a crecer con los golpes, y cuando tratamos de hacerlo por nosotros mismos, sin fricción, colaborando en lugar de confrontando, nos sentimos raros, porque es un cambio de paradigma interno muy fuerte, brutal.
De esa forma volvemos a caer en los mismos errores y/o nos resulta mucho más fácil continuar con los recursos que aprendimos en su día que renunciar a ellos, y encontrar nuevos recursos. Esa lección nos enseñaron, vivir más simple, despojarnos de lo que aprendimos que ya no tiene más sentido, soltar, desnudarnos como Diógenes y que nadie nos tape la luz, por muy grande que se crea, porque igual lo fue, igual lo es, pero ese es su camino, no el nuestro.
Desnudarse implica que poco a poco volvamos al origen, para desde ahí, arrancar a un nuevo camino, sin obligar a nadie. Este es el mejor ejemplo que podemos dar. Gandhi dijo: “ojo por ojo y todo el mundo ciego”. Debemos trascender estos viejos hábitos, actualizar la utilización de los dones para emplearlos sin imponer, sin controlar, sin inducir o manipular, porque si no, al final, estamos empleando los mismos recursos que nos llevaron a alejarnos del origen, y eso no nos lleva ni al origen ni a ningún lugar mejor.
El camino es enfocarnos en nuestra propia luz, y no es una frase hecha, ya que las células se iluminan cuando estamos alineados.


