Muchas veces tragamos el dolor ajeno por la frustración de otras personas con su propia vida. Juguetes rotos que tratan de comparar sus frustraciones con nosotros.
La compasión, la empatía, hace que les tengamos en cuenta, que reconozcamos su dolor y estemos a su lado, muchas veces sabiendo que están jugando con nosotros.
Sin pretenderlo, nos convertimos en padres o madres y soportamos sus jugarretas, dolor físico o emocional, esperando que un día decidan asumir su responsabilidad y madurar.
Aprovechan lo que les hace diferentes para tratar de destacar, tratando de demostrar ser mejores que nosotros, poniéndonos zancadillas, criticándonos, interponiéndose ante otras personas para ser quienes se otorguen el mérito, acusar al otro de sus propios errores…
Hasta que un día el espejo nos hace comprender que aquel dolor que tragamos y que vimos en el otro, aquél juguete roto, éramos también nosotros, viviendo nuestro propio dolor. A través de la ecuanimidad llegamos a crear a ese otro personaje en nuestra vida para que nos mostrase a través del dolor lo que teníamos que transformar.
Y perdonar.
A nosotros y al espejo.


